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Elsie Monge en la sala de su departamento en Quito. Marzo de 2022. Foto: Karen Toro A.
| La Periódica

Lucía

Lucía (nombre protegido), es una niña delgada, pequeña de 14 años. Ella vivía junto a su madre, el esposo de su madre y cuatro hermanas y hermanos. Ella confiaba en que las personas adultas la cuiden y protejan, jamás espero que le hicieran daño, peor aún que se aprovecharán de su niñez.

El temor se apoderaba de Lucía cada vez que su padrastro estaba cerca, se ponía nerviosa cuando él se encargaba de cuidarla o cuando simplemente estaban a solas, pero en su confusión no podía contar lo que le estaba pasando porque no lo entendía. Para ella no fue una opción comentar lo que pasaba a nadie de la familia, porque no entendía que era un riesgo, ella esperaba que al ser un adulto encargado de su cuidado la protegiera.

Un día, finalmente este hombre le dio una bebida, la drogó y se aprovechó de esta situación para violarla. Lucía apenas logra recordar lo que pasó, no cuenta los detalles porque es algo que ha intentado borrar de su memoria. Para sobrevivir a esta experiencia traumática, ha decidido olvidar y bloquear este capítulo de su vida, pero el resultado sería algo tangible: un embarazo.

Inicialmente Lucía no sabía lo que pasaba en su cuerpo, no podía reconocer que un hombre la habría violado y que además estuviera embarazada. El caso de Lucía ha pasado por cinco fiscales y todavía no tiene sanción alguna, a pesar de que hay una denuncia en donde consta en el expediente judicial, que según una prueba de ADN, el hijo de Lucía es del agresor-su padrastro- y de que el violador reconoció que ese bebé era suyo, y que incluso quiso darle el “apellido” para reconocer al niño. El agresor continúa libre y el caso no ha avanzado.

La niña estuvo cinco meses en una Casa de Acogida y, a pesar de las recomendaciones de psicólogas y trabajadores sociales del Centro, la Fiscalía le hizo volver a “casa”. Lucía fue a vivir con la hermana de su padre, quien denunció la violación. Su tía tiene tres hijas, así que la situación tampoco fue fácil, pues había demasiada gente en una casa.

Lucía se siente una carga, cuenta que la familia que la acogió no puede tolerar el llanto de la criatura, y ella terminó convirtiéndose en la ama de casa de ese núcleo familiar, es quien lava y cocina, entre otras actividades, sumando eso al cuidado de su hijo. Además, de vez en cuando cuida de sus hermanos y recoge la pensión de alimentos para ellos.

En el Centro dónde estaba Lucía, se planteó que ni ella ni su familia estaban preparadas para regresar a la vida cotidiana de “familia”, dado los precedentes de violencia y conflictos. Lucía, como hija mayor, ha tenido que asumir parte del cuidado de sus hermanas y hermanos, y mediar con su padre alcohólico, quien es agresivo y violento con ellas.

A diario, Lucía siente miedo, teme que su agresor aparezca en cualquier esquina, tiene miedo que le pase algo similar a sus pequeñas hermanas o nuevamente a ella, por lo que tiene ataques de pánico que le impiden hacer cosas fuera de casa.

Lucía lleva dos años sin ir al colegio, no tiene opciones de cuidado para su hijo y tampoco opciones terapéuticas para poder superar lo que ha sucedido en su vida. Ella no eligió lo que le pasó, no tuvo la opción de elegir si quería o no su maternidad.

Ilustración de @pepailustradora

Estas historias son de niñas que han pasado por casas de acogida en Quito y fueron recolectadas en un trabajo conjunto entre Surkuna y la Periódica.

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Autoras

La Periódica

Primera revista digital feminista en línea desde 2017 en Ecuador. Es un proyecto orientado a denunciar y visibilizar la vulneración de derechos a las mujeres, niñas, y personas LGBTIQ+, y narrar la realidad desde una perspectiva feminista crítica.